domingo, 30 de enero de 2011

Santyrialises, el demonio de la mina



Oculto y negado en la doctrina cristiana y católica. Santyrialises es un ángel caído al igual que lucifer después de la gran guerra en el cielo. Santyrialises estaba obsesionado en ser igual a Lucifer antes (por la belleza que tenia Lucifer)y después de la guerra en el cielo.

Cuando Lucifer se dio cuenta de esto, este lo tomo como una gran ofensa, y condenó a Santyrialises por el resto de la eternidad vagar en la codicia y ambición de la humanidad (en ese tiempo era cuando los españoles ya colonizaron América; el oro, el estaño y la plata eran los mas buscados y anhelados por los españoles en ese tiempo).

En las minas de Potosí, Santyrialises entristecido y enfurecido quedo en un estado de depresión y sus poderes sobrenaturales se debilitaron. Un aymara, ex chaman de su tribu estaba por casualidad en la minas de Potosí; se escondió en una cueva para evitar ser encontrado y esclavizado por los españoles.

Oscuridad y miedo rodeaba al aymara, de pronto sintió la presencia de algo o alguien, un gran escalofrió atravesó por su cuerpo; de repente escucho fuerte y gruesa voz, era un idioma extraño para el aymara y puedo observar que frente de él había una silueta demoníaca.

De repente Santyrialises empezó a posesionar y torturar al aymara causándole un intenso e insoportable dolor, en ese momento el aymara pudo entrar en la mente del demonio, enseguida se entero de quien era el y vio un detalle que lo ayudo mucho, que los poderes del demonio están debilitados, con rapidez el aymara conjuró y lanzó un hechizo contra Santyrialises, entonces el demonio dio un fuerte grito que casi derrumbo la cueva, poco a poco se estuvo convirtiendo en una imagen de piedra y diamantes, el aymara escapó de cueva y huyó de Potosí, se dio cuenta que Santyrialises le produjo una enfermedad terminable, suponiendo que solo tenia unas cuantas semanas, decidió volver con los suyos y trasmitió a sus aprendices de lo que vivió en aquella cueva.

Se dice que las personas que entran a esa región no regresan, solo se conoce que hubo solo un sobreviviente.

Este contó que solo pudo ver que había una estatua de un diablo hecho de piedra, diamantes que tenia 2 rubís grandes como ojos; cuando apartó la vista de la estatua, De repente su vista se nublo hasta volverse negro, pudo ver en imágenes mentales el mismísimo apocalipsis, todo paso muy rápido y que al final de toda esa tortura mental vio el 666 en números grandes cubiertos de sangre, nos dijo que no sabia que hacer para salvar su vida, y dice que se le ocurrió rezar a todo lo que pudo y recobro la vista, corrió, corrió, con todas sus fuerzas y vio la salida de la cueva dejando atrás a sus amigos de excursión... después de la declaración de sobreviviente, 2 días después se le encontró a este sujeto ahorcado en su baño de su casa.

Quisimos investigar mas, pero no tenemos los medios para descubrir este nuevo y gran misterio.

Paloma



Su cuerpo yacía en el fondo del pantano, acariciado por las algas que se mecían al son de las corrientes y observado por decenas de curiosos pececillos que se arremolinaban a su alrededor.

Si estos hubieran mirado para arriba, tal vez habrían visto el leve fulgor proveniente de los faros del coche de policía, que abandonado bajo la lluvia, permanecía a un lado de la carretera, con las puertas abiertas y una voz turbando la tranquilidad de la escena. Una voz distorsionada que surgiendo del altavoz de mala calidad de la radio policial, repetía sin cesar un nombre de mujer: Paloma.

Lo que sí era imposible que aquellas pequeñas criaturas acuáticas pudieran ver, era el cadáver mutilado que permanecía oculto en el almacén cercano.

Tres años atrás comenzó la nueva vida de Paloma. El día en que Paloma se convirtió en mosso d’escuadra fue el día en que su universo cambió. Toda idea romántica aprendida viendo la televisión se desvaneció. El bien no ganaba siempre al mal. El bueno no se quedaba con la chica. Los polis no eran tan duros como parecían ni tenían que resolver a diario complejas conspiraciones que amenazaran con destruir el planeta. La gente inocente también sufría. La justicia no siempre podía aplicarse.

Pese a ello, Paloma se levantaba cada día con la vana esperanza de poder cambiar el mundo. Con el iluso deseo de que Hollywood tuviera razón.

El trabajo diario era tan estresante como poco productivo. Por cada yonqui, carterista o pequeño traficante que ella y sus compañeros detenían, tres salían libres a las pocas horas.

Como todos los novatos de su profesión, la vocación les hacía desear algo. Una ilusión que con el tiempo se tornaba enfermiza, hasta que la edad, el hastío y la rutina la sepultaran: el deseo de que llegara El Gran Crimen. La gran aventura de su vida. Que un supervillano cometiera la más aberrante de las acciones, desapareciera del mapa, y entonces ella, resolvería mejor que Sherlock Holmes el enigma. La hazaña sería inmortalizada por un montón de periodistas mientras ella posaría con la pistola en una mano, el rostro sudoroso con una brecha de sangre en una ceja y los labios lo cual denotaría que no había sido tan fácil y el malo acribillado a sus pies. Y, por supuesto, sería ascendida a lo más alto.

El problema era que para Paloma, El Gran Crimen era una obsesión que anhelaba se hiciera realidad a todas horas.

Dice el refrán que tengas cuidado con lo que desees ya que puede llegar a convertirse en realidad. Un asesino pederasta, apodado el Violador del Móvil, había conseguido dotar de un nuevo sentido a la palabra horror y además, burlar con astucia cualquier intento de atraparlo. Esta situación creó entre los agentes de la ley un gran malestar y desconcierto. Se barajaban diversas hipótesis, como por ejemplo, que se tratara de más de una persona, pero fuese cual fuese la auténtica, el criminal había conseguido transformarse en un fantasma. Un demonio invisible y muy real, que usando la sencilla estratagema de acercarse a su víctima hablando por su teléfono móvil tal y como indicaron los escasos testimonios secuestraba, torturaba, vejaba, violaba y finalmente mataba de la manera más dramática posible. Y con cada víctima refinaba y perfeccionaba sus métodos.

No obstante, la policía intentaba hacer bien su trabajo y así, ciudad tras ciudad y siguiendo el reguero de sangre dejado por el asesino, consiguió estrechar el cerco hasta lograr que el deseo de Paloma se cumpliera.

En aquella nave industrial desierta, el sueño se hizo realidad, aunque de una manera bastante más dolorosa de lo que había imaginado: su cara estaba sudorosa y magullada, pequeños regueros de sangre surgían de cejas y labios, una costilla estaba rota y varios cortes de arma blanca surcaban como un feo tatuaje los brazos. Pero lo importante es que el Violador del Móvil estaba arrodillado ante ella con dos disparos en sendas rodillas. Inmóvil, no decía nada, no suplicaba por su vida. Había llegado su hora. Lo sabía, así que tan sólo sonreía observando los cadáveres calcinados de tres niños de poco más de cinco años, intentando retener esa imagen en su tránsito al otro mundo.

Paloma debía llamar por radio indicando su situación pero no lo hizo. Observó durante largo rato la escena del crimen. A uno de los niños le faltaban los dos brazos. El otro tenía el vientre abierto y los intestinos, también quemados, rodeaban su cuello. La niña no había corrido mejor suerte. Los brazos del primero estaban insertados en ella, penetrando de manera antinatural la vagina y el ano.

Tras un análisis concienzudo de la situación y resistiendo las lógicas ganas de vomitar, intentó hablar con él, para ver si podía llegar a comprender de alguna manera que sucedía dentro de su mente.

La mosso llegó a la conclusión de que no estaba ante un ser humano, por tanto era totalmente libre de hacer lo que quisiera con él.

Un tiro en la cabeza sería lo más rápido. Dejar que se desangrase por las heridas de las rodillas lo más cómodo. Pero no es lo que Paloma deseaba para el psicópata. Los sueños de grandeza se habían esfumado. Poco le importaban ya las fotos ni los grandes titulares. Lo que quería era infligir el mayor dolor posible.

Agarró el hacha del criminal y comenzó a manejarlo con destreza de un lado para otro, seccionando al criminal con saña y fría tranquilidad, intentando que la vida le abandonara lo más tarde posible.

Primero comenzó por los dedos de los pies y manos. Luego siguió con los pies y las manos. El Violador del Móvil empezó a chillar. No pedía perdón ni decía nada, pero gritaba, gritaba mucho. La chica bajó los pantalones y los calzoncillos. Asestó un hachazo en el sexo del violador. Después, arrancó torpemente el pene y los testículos que colgaban de una tira de carne y los introdujo en la boca. El último paso fue coger un pañuelo y atárselo a la boca antes de que escupiera el amasijo de carne. Los gritos se transformaron en un casi inaudible gemido.

Al finalizar la carnicería, salió del almacén tambaleándose, temblando por los nervios pero muy excitada y completamente empapada en sangre.

Minutos después, ya calmada y libre de la locura, pudo pensar con claridad, vislumbrando la cruda realidad. No había descuartizado a aquella persona en nombre de las víctimas, lo había hecho satisfaciendo un desconocido placer. Disfrutó torturándole. Disfrutó con cada golpe, cada corte, cada miembro amputado, con cada chorro de sangre que le salpicaba. Se excitó. Alcanzó varios orgasmos. Y cuando ya no quedaba nada más del criminal, aún deseaba seguir descuartizando.

Había jurado defender al inocente de monstruos como aquel. Pero ese fue el día en que Paloma se conoció a sí misma. Ese fue el día en que Paloma descubrió al monstruo que habitaba en su interior. Y antes de que fuera demasiado tarde y pudiera salir al exterior, decidió poner punto y final.

Llegó hasta la orilla, extrajo la pistola de la funda y se la quedó mirando. Su puntería era la mejor de toda su promoción y el objetivo a batir le iba a dar todas las facilidades para no errar el tiro.

El espejo



Con un cuchillo entre las manos, me veo reflejado en el espejo de mi habitación, aquella imagen me mira con cara desafiante, señalándome y balbuceando crueles insultos contra mi físico, se pasa el viejo y oxidado cuchillo de mano en mano a una velocidad pasmosa mientras no deja de mirarme, sus ojos emanan rabia, dolor y sobre todo odio hacia mi persona, de repente empieza a llorar y caemos a la vez de rodillas al suelo sin dejar de mirarnos a la cara ni un solo segundo, tengo ganas de huir y de gritar pero mis piernas no me dejaran jamás salir de esa habitación.

La hoja oxidada del cuchillo acaricia suavemente la cara, el cuello, el pecho y las muñecas de aquel loco reflejo, insinuando una y otra vez que me rajaría de arriba abajo, estaba totalmente dispuesto a llevar su plan a cabo y terminar de una vez por todas con mi cuerpo ya condenado a muerte.
Era totalmente consciente que solo tenia que abrir mi mano para que aquella arma blanca amenazadora dejara de mostrarme mi cruel final, caería inofensivamente al suelo que había debajo de mis pies y de una vieja moqueta llena de heces de ratas, mi mente ordenaba la acción a mi mano derecha, pero esta no se inmutaba, aquel reflejo que seguía insultándome y amenazándome tenia total dominio sobre mis actos. Cada vez estaba mas nervioso y mas loco, mi final era inminente.

Dejó por un instante de chillar y el silencio se hizo absoluto, solo se escuchaba mi respiración aterrada y mi corazón bombeando con mas fuerza que nunca el final agónico de su última sonata.
Sin saber muy bien como, conseguí cerrar los ojos y durante varios segundos no vi mas que oscuridad, siempre la temí, pero en ese momento fue todo un alivio, aunque mis ojos sin dejarme disfrutar demasiado de mi apaciguadora oscuridad se abrieron mostrándome el mismísimo infierno.
Una inmensa llanura rocosa de color rojo fuego se abría ante mi, plagada de cientos de cuerpos muertos putrefactos y manchas negras en el cielo, formadas por cuervos hambrientos.

El calor era insoportable, el hedor aun mas, y las vistas eran totalmente grotescas, había cuerpos crucificados del revés, también empalados y desollados, a mis pies trozos de miembros humanos descuartizados que impedían ver el suelo y una autentica clase escolar con mas de treinta niños y dos profesores, todos totalmente uniformados con ropa de principios del siglo veinte, que me miraban fijamente mientras el viento mecía sus cuerpos ahorcados de las ramas de un gigantesco árbol como si de una macabra estampa navideña se tratase. El espejo y su reflejo habían desaparecidos, pero en su lugar me encontraba en un sitio aun peor.

A mi espalda escucho claramente algo devorar ferozmente con ansia, me di la vuelta y allí estaba esa cosa a escasos metros de mi posición, el reflejo de minutos antes, mi reflejo, aunque esta vez era real, de carne y hueso. De pie, con el mismo cuchillo oxidado en su mano derecha y sujetando con la izquierda un trozo de pie humano totalmente podrido e infectado de gusanos, no me quita ni por un instante la mirada de encima a la vez que devora poco a poco su peculiar manjar. Por unos instantes, el miedo me paraliza todo el cuerpo, pero no es momento de permanecer allí quieto viendo como se aproxima mi muerte.

Emprendo una huida veloz que me permita escapar a tiempo de ser asesinado y devorado por mi propio reflejo, pero en su lugar casi ni me inmuto, las piernas me pesan toneladas se mueven con una lentitud pasmosa, el pánico y el terror se hacen dueños de mi, solo consigo desplazarme inútilmente escasos centímetros, escucho sus pasos acercarse a mi, me doy por vencido, su mano me toca el hombro izquierdo, siento su aliento cálido en mi nuca, la punta del cuchillo recorre de arriba, abajo mi columna vertebral se que ese es mi triste final.

Violentamente y sin esperarlo me agarró del pelo tirándome hacia atrás con mucha agresividad, me apretó con fuerza la hoja del cuchillo contra mi garganta y justo cuando se disponía a degollarme mis ojos me despertaron.
Me encontraba en la litera superior de la celda sentado, empapado en sudor, temblando y respirando con mucha dificultad, al principio no supe donde estaba, asta que la tenue luz de la luna menguante de aquella noche mostraba ante mi la silueta de los barrotes de la ventana devolviéndome a la realidad, fue todo una extraña pesadilla.

Bajé de la litera para refrescarme un poco la cara en el sucio y viejo lavabo de la habitación, al aproximarme a mi destino tropeze con algo que había en el suelo haciéndome caer de rodillas, grité en voz baja de dolor, rápidamente me percaté de que el suelo estaba mojado, me puse de pie, agudize la vista para ver que es lo que me había echo tropezar y pude ver en un inmenso charco de sangre, a mi compañero de celda tirado en el suelo, totalmente degollado y con algo parecido a un cuchillo en su mano derecha.
Pensé por un momento que seguía durmiendo, pero no era así, grite como un loco pidiendo ayuda, siendo presa del pánico, mi voz debió de ser escuchada hasta en el último rincón de la prisión y no era porque mi compañero estuviera muerto, sino por que creía que aquel reflejo de mi pesadilla estaba allí e iba a matarme.

Diario de Alan Coste Millán



Dicen las antiguas leyendas, que en una mansión en las afueras de Machachuste, vivía Alan Coste Millán, mansión que ahora está deshabitada y llena de ruinas. Aún así, se encontró un libro totalmente intacto en su habitación bajo su cama. Es el diario de sus vivencias, vivencias que fueron escalofriantes y llenas de terror, según nos cuenta en cada verso que nos transporta a su mundo, como si nada. Murió a los pocos días de entrar el verano del 1944.

Diario de Alan Coste Millán

Querido lector:

Son tan profundos los sentimientos que llevo dentro, que quizás pienses que estoy tremendamente loco, disparatado, pero si me lees, podré entrar en tus ojos como si fuera el alma de un viejo amigo y alimentarme de tus alegrías, de tus recuerdos, de tus emociones, para vivirlas como si fuera yo.

Podrás distinguir que mis versos están hechos, para contarte una historia, pero no se como explicarlo, es una prosa poética, supongo, pero en definitiva es una poesía, que te hará volver junto a mí, para vivir lo que yo he vivido.

Aprenderás a como lanzar un sueño negativo y a deseárselo a tu propio enemigo, para que arda en las tinieblas, así podrá escuchar el rechinar de los dientes y el llanto de las almas. Un castigo, que no se lo deseo a nadie ni a mi mejor amigo. Allá van mis momentos ya vividos y que revivirás aquí conmigo. Por cierto, ¿sabes que estoy aquí contigo y tu ni te has dado cuenta?


Los enanos crecen

13 de enero de 1944

Era una mañana de otoño y me encontraba paseando por los jardines de mi casa, con una libreta en mi mano y una pluma de tinta negra, iba escribiendo mis sueños, aquellos que vivía mientras soñaba y que dejaban huella en mi pecho descarnado y en mis tristes ojos. Las sombras de mi pasado me persiguen, dejando huellas al pasar y al volver la mirada hacia atrás, veo la senda con pisadas que nunca volverán a borrarse. He aquí pues todo lo que he vivido en aquel maldito sueño que nunca volveré a vivir. Mis manos tiritan con solo escribir estos versos, mi corazón late fuerte soñando despierto, aquel momento cruel.

1

Le da envidia al sol
que mi alma se sonroje,
cuando mi mirada se tuerce
para iluminar los estanques oscuros.

2

Me quema el pecho,
me queman las venas
de mi corazón, haciendo
abrir la brecha de mis entrañas.

3

Una luz cegadora, sale del vientre
de la tierra, me ciega, me ciega,
yo grito piedad a Dios, pensando
que el cielo se aploma en mi cabeza.

4

Los perros de la ansiedad, me devoran
la boca del estómago, dejándome
en el suelo retorciéndome de dolor.
Un grito desgarrador, hace eco en mis oídos.

5

Despierto y veo mi pecho negro,
de la batalla con los fantasmas
del pasado y las tristezas
que se agolpan en mi vida.

14 de abril de 1944

Aún sigo pensando, que los enanos crecen en el tiempo, son recuerdos enanos, cortos, que te hacen vivir una experiencia inolvidable o desagradable según como lo mires. Para mí, ese sueño tan real fue horrible, aun sigo pensando en como sobreviví a aquella experiencia.
De detrás de mi casa, se acerca un amigo mío, que sabe leer los sueños y te lo explica muy bien:

Hola Alan, ¿Qué tal fue la noche?

Dr. Brayan, tengo miedo, me acaba de pasar algo horrible.

Cuéntame amigo Alan Cuando le cuento todo lo que ha pasado, que realmente no tiene pesadilla, ni miedo ni nada, pero es algo vivido que podría llegar a peor, quien sabe. Él me responde;

Amigo mío, este caso, lo paso un hermano tuyo, pero murió como para contarlo, no se como sobreviviste, será que no ha sido muy grave, porque si el sol ese del que hablas aumenta su intensidad, tu no estás aquí para contarlo.

Lo sé Dr. Quiero que me aconseje.

Busque lugares cálidos, sin cuadros, sin nada que le haga recordar y hacer vivir todo lo soñado y ese pecho vaya a un doctor, es posible de que se halla quemado con alguna colilla de tabaco.

¡Doctor, no fumo, seguro que ha sido el sol!

Alan, Alan, relájate y explora el mundo desde otra perspectiva, quiera que no, tienes pesadillas, sueños, llámalo como quieras, pero no son reales, te quedaste dormido........... Por cierto, está es la colilla que he encontrado en el suelo.

¡Qué no es mía! ¡Se lo juro!

Tranquilo Alan, relajase.

¡Cómo quieres que me relaje, si no me cree que esa colilla no es mía! habrá venido un ladrón.

Claro que sí Alan, que me voy a creer eso, cuéntaselo a tu amigo invisible, pero a mí no. Te crees que estás hablando con un tonto, que soy médico y además psicólogo, no me vas a engañar, que he tratado casos como el tuyo. Mira el reloj y ya son más de las ocho y media de la tarde. Alan me voy a marchar que he quedado con mi mujer para cenar, si necesita algo dímelo.

Brayan créeme, es en serio, lo vivo todas las noches. Brayan se marcha dándole un abrazo y un beso en la mejilla como un buen amigo, y se despide al salir de la puerta con la mano hacia arriba.

Continuará...

Consciencia irreversible



Desperté, y tras un pausado parpadeo, conseguí abrir los ojos completamente. Las remanentes brumas del sueño me hicieron desconfiar de mis ojos durante unos instantes, y cuando éstas se disiparon, no quedó sombra de duda alguna: todo estaba sumido en la más absoluta oscuridad.

Acto seguido intenté situarme dentro de mis habituales referencias espaciotemporales; mayúscula fue mi sorpresa cuando comprendí que las desconocía. ¡Qué ocurre, no recuerdo nada! –pensé aterrorizado.

Pero mi amarga sorpresa no había hecho sino empezar. Con la salvedad de los ojos, el resto de mi cuerpo estaba paralizado, indiferente a mi voluntad de movimiento. Mis titánicos esfuerzos por arrancar la más ligera señal de vida a alguno de mis miembros fueron estériles, criogénicamente estériles.

Una vez comprobada mi parálisis corporal –e intentando mantener mi creciente angustia bajo control pasé a revisar el estado de mi mente. Tras un breve intervalo de tiempo, el autoanálisis arrojó alarmantes conclusiones: aunque mi capacidad de raciocinio permanecía intacta, todos los contenidos de mi memoria a medio y largo plazo habían desaparecido por completo, así como la práctica totalidad de mi vocabulario, con la única excepción de los conceptos referidos a mi propia entidad personal. Mi situación parecía confirmar que sólo era un cerebro ignorante, aislado en un medio inexistente, carencia absoluta de estímulos, tal vez esto fuera la Nada. Mi personalidad consigo misma, yo como primordial unidad. Uno. No podía concebir idea más espantosa.
La incapacidad de asimilar la evidencia se apoderó de mi mente incompleta. El horror microorgánico, el horror celular, el horror primigenio...sin fin.

Creí ver fogonazos de luminosidad cromática, creí sentir un movimiento circular que tomaba mi cuerpo como eje de rotación –e incluso escuchaba voces constantemente, voces susurrantes que decían saberlo todo; aunque es probable que sólo fuesen estímulos alucinatorios que mi cerebro creaba como respuesta a la ausencia ambiental.

Más allá de mis posibilidades estaba conocer por cuanto tiempo estuve inmerso en la sinrazón de la locura, y poco importa, pues el tiempo tampoco existía para mí.

De repente, una serie de fosforescentes caracteres tipográficos –minúsculos, pero perfectamente legibles comenzó a dibujarse frente a mis ojos, sobre el invariable fondo negro. No se trataba de otra alucinación, pues ningún producto de la imaginación podría poseer semejante nitidez.

Turbado, leí aquella línea de signos:

“Este mensaje fue grabado en la retina de su ojo derecho con fecha /21072074/. El hecho de que usted pueda leer esta inscripción corroborará el correcto funcionamiento de los recursos tecnológicos intrínsecos a su proceso penal en curso.

El Consejo Judicial dictaminó “Consciencia Irreversible” como sentencia final a su prolongado juicio, según los trámites pertinentes.

En este momento acaba usted de abandonar el sistema solar, con una velocidad media aproximada de 27 km/s. Su cerebro se encuentra inmerso en fluido amniostable dentro de un cilindro biocomputerizado modelo Társic –virtualmente indestructible con trayectoria autorregulada hacia su vacío interestelar más próximo.

El resto de su cuerpo fue incinerado según normativa habitual. Su petición de clemencia fue aceptada por el Consejo Judicial; así pues su consciencia fue desactivada antes de iniciar el traumático proceso de extracción cerebral.

Como habrá podido comprobar, su memoria se encuentra prácticamente anulada. No se preocupe, se encuentra en perfecto estado de conservación, e irá recuperando progresivamente su libre acceso a la misma con el paso de los eones, siguiendo el esquema psicométrico implantado según la pauta 7C3 de su sentencia. De hecho, podrá usted recordar hasta la más nimia de sus experiencias vividas, y evaluar así el nivel de ajuste existente entre la naturaleza de su castigo y su grado de responsabilidad en el crimen cometido.

Si el azar está de su parte, encontrará su final en el choque con algún cuerpo errático, aunque las probabilidades de impacto son abismalmente remotas. En caso contrario, su vida será eterna.”

Hasta siempre

Sucedió en Navidad



Si, sucedió todo entonces... en la Navidad del año 1995. En aquellos días mi abuela paterna se encontraba próxima a la muerte, de manera que en el hospital decidieron darle el alta y enviarla a casa, a su casa, a morir. Yo nunca había sentido tan próxima la muerte, nunca la había visto tan de cerca... a tal punto, que no supe reconocerla pese a tenerla delante. Efectivamente, la última vez q vi a mi abuela con vida fue en la noche del día 23 de diciembre y ,pese a su estado, me acosté firmemente convencido de que no se iba a ir aún. Me equivoqué. A la mañana siguiente mi padre me despertó para decirme que había fallecido. Era el día 24, el día de Nochebuena.

Quizás, para entender mejor todo, deba hablaros un poco de ella. Mi abuela era una mujer dificil, por decirlo de una manera suave. Fue de esas personas que con una sola mirada te dejaba helado, media sus palabras, era fría como el hielo y calculadora en extremo. Solo la conocí 12 años de mi vida, pero la recuerdo perfectamente. Y aunque pueda sonar mal, no fueron muchos los que lamentaron su marcha.

A las 5 de la tarde del día siguiente a su muerte, el día de Navidad, le dimos sepultura en el panteón familiar. Era una tarde fría, y lluviosa, del todo desapacible... muy acorde con su caracter . Pese a ser como fue, recuerdo que había una gran cantidad de gente, una afluencia en la que no creo que mediase el afecto y sí,quizás, el constatar que efectivamente se había ido. Era una mujer muy fuerte, de esas personas que parece que nunca morirán, y pese a la edad que tenía creo que sorprendió a muchos su desparición. Días después parecía que aún permanecia con nosotros.

En efecto, en los días sucesivos parecía que ella lo impregnaba todo, era una sensación rara que nos embargaba a todos sus familiares; aunque reconozco que puede explicarse por lo reciente del suceso. Su casa, en la que falleció, está junto a la nuestra, en la misma finca. Es una casa grande, con más de cien años, de dos plantas, con habitaciones enormes, paredes empapeladas y muebles antiguos. Para que os hagais una idea, la decoración tiene un aire victoriano, bastante recargado. Con su ida me sentí libre de jugar cerca de su casa... ya no podía reñirme como tantas veces había hecho por jugar allí.

Un día, ya os digo que pocos después del funeral, al pasar junto a una de las ventanas... la vi. Fue algo fugaz, de eso que ves por el rabillo del ojo. Me detuve en seco y retrocedí hasta la ventana y no había nada. Lo dejé correr, pensé que había sido una mala pasada de mi imaginación. Pero al día siguiente sucedió lo mismo... la vi de nuevo, igual, en la misma posición. Al igual que hiciera la víspera volví sobre mis pasos hacia la ventana, y allí estaba. Sentada en una silla, vestida de negro, con la misma ropa que se la amortajó, y mirándome fijamente. Fue todo muy rápido, yo me largué corriendo de allí, fui a mi casa y se lo conté a mi madre. Pacientemente me escuchó y me dijo que eran tonterías y que me callara, que a mi padre no le iba a hacer gracia oir historias así sobre su madre, y más cuando no hacía ni una semana que había muerto.

La estancia en la que la vi es el comedor de la casa. Allí se había trasladado su cuarto, cuando por su estado le era ya imposible subir al piso de arriba donde estan las habitaciones; y allí fue donde abandonó este mundo. Ahora sé, que mientras yo dormía, ella agonizaba y lo hacía sin poder hablar, porque en sus últimos momentos había perdido tal facultad. Me han contado que parecía que estaba inconsciente, no respondía a ningún estímulo. Tan solo agarraba con fuerza las sábanas y mantenía la mirada fija en un punto concreto del techo del comedor... sé que es raro, pero a los presentes les parecía como si ella estubiera viendo algo allí. Tan solo reaccionó cuando llegó el sacerdote a darle los úmtimos sacramentos, ella sola y después de varias horas de inmovilidad, se santiguó... pero sin apartar la mirada de aquel punto.

Han pasado quince años, y la casa sigue exactamente igual, aunque más deteriorada por el paso del tiempo; un tiempo que parece se hubiera detenido entre aquellas paredes. No se ha movido absolutamente nada. Incluso su cama permanece en el comedor. Es raro, lo sé, y si lo dijese yo solo podría ser mi imaginación; pero la realidad es que distintas personas que han entrado en la casa, después de muchos años sin hacerlo, coinciden en que parece que aun estubiera ella allí. La frase más repetida es q "huele a ella, a su colonia". No sé; quizás quienes el día de su funeral casi no podían creer que se hubiera ido no estaban tan equivocados; quizás ella, algo de ella, permanece aún en la casa.

sábado, 15 de enero de 2011

Yo zombie



¿Cerraste todas puertas de la casa?


Jaime y Jorge se habían encerrado en la casa mientras aquellas criaturas deambulaban afuera, todo había sido tan rápido que no habían tenido tiempo demeditar lo que estaba pasando.
Acababan de salir de su practica de futbol, cuando de repente, caminando por la calle vieron que una orde de gente corría mientras otra orda de gente los perseguía, se les avalanzaban y comenzaban a morderlos y devorarlos.

Se quedaron petrificados sin poder entender lo que había ocurrido, uno de los cuerpos tirados en la acera se levantó, ensagrentado, y listo para atacar al que se estuviera cerca, fue cuando vierón a la hermana de Jorge tirada, tratarón de ayudarla, pero se levantó de golpe y comenzó a morder a Jorge, quien tuvo que empujarla y correr a esconderse en la casa de su amigo.

Están muertos ¿Verdad?

es como todas esas películas de zombies asesinos que hemos visto
síp
Y mi hermana Jaime, mi hermana ya es uno de ellos

Oye... en esas películas siempre que muerden a uno se convierte
no me acordaba de eso
¿¿¿¿¿Qué voy a hacer????
no lo sé dame 5 minutos para pensar ¿ok?
ok

Se asomaban por las ventanas y veían caminar a todas esas horribles criaturas, algunas despidiendo un olor horrible a podrido, otras sin cachos de piel ni carne, era una visión dantesca.
Jaime respiró profundo, él no sabía que hacer con su amigo, ¿Qué debía hacer? Era cuestión de tiempo para que se convirtiera en zombie también, y lo tratara de atacar.... ¿Debía matarlo? ¿Debía echarlo a la calle?

Mira Jorge, hay 2 opciones o te mato o te dejo afuera, pero no te puedes quedar aquí
No me hagas esto, no quiero morir todavía
pues sí brother, pero ¿Qué hago?
está bien, quízas es lo mejor, espero encontrar a mi hermana y así al menos estaremos juntos aunque sea como zombies. Quiero que sepas que fuiste un buen amigo y...
¿Y qué?
nada

Jorge abrió la puerta y salió a encontrarse con su destino, ya había oscurecido, la calle estaba vacía, caminó unos metros cuando los gruñidos de los zombies se dejarón escuchar ... divisó sus siluteas acercandose más y más... comenzarón a morderlo por todas partes... Jorge sólo alcanzó a protegerse con sus manos la cara, quería tener sus ojos enteros y su cara lo menos grotesca posible, el dolor empezó intenso y luego fue bajando, a medida en que se desangraba su cuerpo se fue relajando y cayó al suelo, los 3 zombies que lo deboraban le arrancarón las entrañas, quízas eso fue lo más dolorozo, luego nada, todo se engresió, el dolor se supendió y una paz comparable sólo al momento previo de terrible agonía le siguió.

No supo cuanto tiempo permaneció así, pero depronto abrió los ojos y se levanto, caminar le costaba trabajo, sus pies casi se arrastraban por el suelo, la sangre coagulada en su garganta le impedía hablar y por más que trataba sólo le salían ruidos guturales.

Dio unos pasos, ningun pensamiento lo molestaba, el dolor de sus heridas había regresado, pero menos intenso, seguramente sus nervios estaban todavía funcionando, pero poco a poco se iban apagando, y el dolor disminuía.

Depronto un ansia terrible se apoderó de el, era un hambre, necesitaba comer desesperadamente.... algunas siluetas pasarón junto a él, pero por algunarazón no sintió absolutamente nada, sin embargo sentía la presencia de algún vivo cerca, caminó y caminó, era todo lo que podía hacer, su terrible ansiedad no se calmaba con nada, no podía detenerse a pensar que hacer, sólo sabía que tenía la urgencia de alimentarse...

Un perro salio a ladrarles pero nadie, nisiquiera Jorge le prestarón atención; depronto vio una casa... él reconocía esa casa.. había estado ahí antes... y vio que en la ventana se asomaba alguién, era su amigo Jaime.

Se le veía rosado y podía oler su sangre corriendo, sus deliciosos organos y su suave piel lista para devorarse... era irresistible el impulso, Jorge y otrs seres como él trataban de entrar a la casa pero no podían, Jorge se desesperaba, sabía que debía haber alguna forma de entrar, reconocía la forma de la puerta, pero en su ansia no podía pensar como solía abrirla...

La ventana... recordaba que la ventana se podía romper, así que dio un puñetazo y rompió el vidrio, como pudo entro y le siguierón los otros muertos vivientes...

Entróa la casa, su futura victima se había refugiado en el baño.... la luz de la sala estaba prendida y era intensa... de pronto giro y se vio reflejado en el espejo... estaba gris, ahora entendía porque le costaba trabajo moverse, sus extremidades estaban carcomidas, y la sangre coagulada hacía muy dificil mover sus extremidades... su muslo estaba lleno de mordidas que dejaban expuesto el hueso, lo mismo que sus codos, su cara estaba palida y sus ojos totalmente negros, sin iris.

Uno de los otros derribó la puerto, Jorge pudo oler el olor a un ser humano vivo, y los gritos de su amigo lo guiarón junto a otros a empezar su banquete.

Todos se avalanzarón hacia Jaime y Jorge le arrancó el cacho de carne más grande que pudo con su boca.... la carne fresca estaba deliciosa, el sabor de la carne humana viva no tenía igual....

Había sido afortunado, entre los 3 zombies que lo devorarón le habían dejado más o menos integro el cuerpo, pero ya habían 15 o 20 zombies en el baño devorando a Jaime, no quedaría mucho de su amigo para combetirse en lo que él ya era.

Quízas era mejor así, quízas no... la ansiedad por más carne humana viva era terrible, no podía quedarse un segundo sin poder pensar en otra cosa que alimentarse.... quízas Jaime era afortunado, ya que descanzaría n paz, sin esa ansiedad, con suerte alguno de los humanos vivos le dispararía en la cabeza matandolo y liberandolo de esa ansiedad.... mientras tanto... debía seguir buscando más carne humana.... más carne fresca...

La casa maldita



Esta es la historia de tres hermanos ingleses, muertos hace ya 5 años. Ellos eran Tom, Jake y Hanna. Tenían 17, 15 y 13 años respectivamente…. Estaban pasando el verano en un pueblo al lado de la costa, con sus abuelos, ya que sus padres no podían salir de la ciudad por el trabajo. Los días pasaban apaciblemente para los chicos, iban a la playa, daban paseos en bici, ayudaban a sus abuelos con la casa, etc…
Un día, a finales de julio, Jake comento que hiendo por ahí en bici, había visto una casa en los acantilados y por su aspecto parecía que hacia bastante que nadie la ocupaba. Eso a Hanna le pareció muy interesante, porque a pesar de que podía parecer una niña dulce y mimosa, en realidad era un poco extraña y solitaria (solo se relacionaba con sus hermanos y familia)… le encantaba todo tema que conducía a lo misterioso, sobre todo lo relacionado con fantasmas y leyendas y todo ese tipo de cosas. Así que decidió hacer una visita a esa peculiar casa. Al saber eso Tom, le ordeno que nunca se le ocurriera acercarse y si lo hacia seria con su supervisión, ya que era normal que al querer hacer alguna de las suyas pues se haya metido en líos bastante gordos. Eso a Hanna no le molesto mucho, porque pocas veces eran las que le hacia algún caso así que esa misma noche junto con Jake (que finalmente convenció para que le enseñara donde esta la casa) cogieron sus bicis y tomaron rumbo al lugar. Pero claro esta Tom se pispo de ello y les siguió para que nada malo les pasara.
Era casi la una de la madrugada cuando Jake y Hanna se detuvieron justo delante de la puerta y antes de que pudieran abrirla llego Tom y les metió un susto de muerte.
TOM eso es para que aprendáis que a mi no me engañáis enanos. JAKE bueno, bueno no te pongas así, pero ahora que hemos llegado hasta aquí, entraremos ¿no?
Se pusieron de acuerdo y entraron a la casa. Nada más abrir la puerta salio un olor a humedad increíblemente fuerte, tuvieron que pasar unos minutos a que se acostumbraran al olor o por lo menos que al tener algo abierto se fuera yéndose poco a poco. Pero había otro inconveniente aparte del olor, no se veía casi nada, pero por suerte Tom había sido previsor y había cogido unas linternas. Al entrar lo primero que vieron es que había un pequeño recibidor en el cual había unas escaleras k subían al piso superior y unas puertas por las que cuales se iban a la cocina, el cuarto d estar, un pequeño cuarto de baño y había como un armario empotrado, en el cual se encontraron algún que otro paraguas viejo y roto y un par de botas de agua amarillas, como de pescador. Cuando subieron al piso de arriba vieron que había un pasillo con puertas hacías los dos lados, así que decidieron separarse e ir mirando las habitaciones una por una. Todo fue bien hasta que Hanna entro en una habitación un tanto peculiar. Estaba llena de muñecas colocadas en la pared. Había una cama, una mesilla y un escritorio con una silla. Todo parecía normal pero de repente al mirar por el rabillo del ojo le pareció ver a alguien sentado en el borde de la cama. Volvió la cabeza y se encontró a una niña, vestía con ropa antigua y al ver en el estado en que se encontraba salio corriendo y gritando. La niña de la cama no tenía ojos y tenia la cara llena de sangre. Además las muñecas de la pared empezaron a moverse y oyó perfectamente como decían “Nunca jamás saldrás ¡nunca jamás!¨.
Entonces empezó a gritar con todas sus fuerzas y a lo que iba a salir del dormitorio la puerta se cerro de un portazo. Intento abrirla, grito pidiendo auxilio… fue entonces cuando Tom y Jake la oyeron y salieron corriendo hasta la puerta de donde estaba encerrada. Intentaron echar la puerta abajo, pero no pudieron. Hanna no dejaba de gritar, hasta que llego un momento en que ya no se la oía más. Fue entonces cuando sus hermanos se temieron lo peor. Después de diez minutos de intentar abrir la puerta lo consiguieron y al entrar vieron lo peor. Hanna estaba tumbada encima de la cama boca arriba, con parte de la cara cubierta de sangre, al acercarse su miedo aumento al ver que le habían arrancado los ojos, pero… ¿y donde estaban?. Pero en ese momento lo único que les interesaba era poder salir de allí y contarle a alguien lo que había sucedido y que fueran a buscar el cuerpo sin vida de su hermana pequeña. Cuando ya habían salido y estaban delante de la puerta principal y fueron a abrirla no pudieron. Alguien la había cerrado y no podían salir, así que intentaron romper alguna de las ventanas, pero tampoco podían, era como si la casa no quisiese dejarlos salir.
Intentaron no ponerse más nerviosos de lo que estaban y pensar una solución, en ese momento Jake recordó que en la entrada había un armario empotrado y había visto algo sin que Hanna ni Tom se percataran. En el interior del armario había visto una rendija, parecía como si fuera un armario con doble fondo. Así que sin pensarlo dos veces se dirigió al armario lo abrió e intento abrir la pared falsa. Mientras tanto Tom, había ido a la cocina porque se había dado cuenta de que allí también había una puerta que daba a un jardín e intentaba abrirla, pro también estaba atascada.
Jake mientras tanto consiguió abrir el doble fondo del armario, pero lo que se encontró le aterrorizo. Había el cadáver de un hombre vestido de traje, pero lo realmente asqueroso es que aun tenía jirones de piel y carne pegados a los huesos. Le empezaron a dar arcadas y tubo que cerrar la puerta para no terminar vomitando de verdad…. y cuando iba a ir a la cocina donde estaba su hermano, la puerta del armario se abrió de repente y el cadáver del hombre salio. Jake se quedo sin palabras, no podía moverse y por mucho que intentara llamar a su hermano no pudo. No le salían los sonidos de la garganta. Y antes de que se diera cuenta esa “cosa” le había partido el cuello.
Mientras todo esto ocurría, Tom buscaba como un desesperado algo que le indicara como podía salir de esa casa. Aunque no tenía mucho sentido empezar buscando por la cocina, por algún lado tenía que hacerlo y no descartaba ningún lugar. Cuando vio que allí perdía el tiempo decidió salir a la entrada para seguir buscando por el cuarto de estar. Pero cuando al salir vio a su hermano Jake muerto también, con el cuello roto cambio de opinión y empezó a gritar y a llorar como un poseso… paso así unos cinco o diez minutos, hasta que se desahogo completamente. Pero aun así se sintió completamente inútil. El, siendo el hermano mayor no había podido proteger a sus hermanos y ahora el único superviviente era el. Pero entonces algo milagroso ocurrió. La puerta principal se abrió. Eso significaba que podía irse, pero tendría que contarle a alguien lo sucedido y todo el mundo le echaría la culpa a él de sus hermanos, porque además tenía manchas de sangre de cuando había visto a su hermana, ya que se acerco demasiado a ella. Así que decidió no salir. Y antes de que amaneciera y sus abuelos se dieran cuenta de que no estaban ninguno de los tres en la casa, Tom había cogido un jarrón de cristal que había por allí, lo rompió y con unos de los trozos se suicido por el remordimiento de no poder haber ayudado a sus hermanos.
Después de pasar unos 3 días buscándolos por todas partes, la gente del pueblo fue hacia la casa del acantilado, a pesar de que no les gustaba aquel lugar por la historia que guardaba. Allí, en esa misma casa, una niña había sido asesinada brutalmente y nada se supo jamás de su asesino.
Cuando hubieron llegado ya a la casa y vieron las bicis de los niños se temieron lo peor. Y así fue. Al primero que encontraron fue a Jake, con el cuello roto, después a Tom que se había cortado las venas y para rematar también se había echo un corte en la garganta. Y ya en el piso de arriba encontraron a la pequeña, sin sus ojos.
Desde que muriera aquella niña, el pueblo no había recibido un golpe tan fuerte. Fue entonces cuando decidieron destruir la casa para que nada más ocurriera, sin intentar saber lo que había pasado esa noche.

Muñeca de papel



No alquiles este piso, aquí habitan fantasmas. Te meterás en problemas.

Susan aún tenía aquellas palabras rebotando por su cabeza. Tenía claro que no creía en fantasmas, pero aquello le había dado mala impresión: no esperaba llevarse bien con una vecina, la única que había en la séptima planta del edificio, que le había recibido con tal chorrada. Nada de “bienvenida al edificio” o algo parecido. Se coló en el piso mientras Susan apenas había visto el salón y le soltó aquello. La casera ni se inmutó, ni siquiera la miró. Debía estar acostumbrada a que la vecina de al lado intentase ahuyentar a sus inquilinos. Susan estimó que debían ser viejas rivales, así que no pensaba quedarse en mitad de ambas y sus conflictos. Porque por fin encontró lo que llevaba tres semanas buscando: un piso con dos habitaciones, una de ellas para convertirla en su estudio donde continuar con su próxima novela, con grandes ventanales desde las cuales adquirir una amplia visión de toda la ciudad, a tan sólo diez minutos de su nuevo trabajo, y, sobre todo, a un precio increíble.

Susan había colaborado los últimos dos años en un periódico de tirada regional. Solía escribir una columna de crítica social y en ocasiones algún articulo sin demasiada trascendencia, los cuales enviaba por email los miércoles y los viernes al redactor jefe del periódico. No era gran cosa, lo suyo era el arte de manejar palabras, enredarlas y hacerlas bailar entre tapa y tapa de sus cada vez más afamados libros. Pero le ofrecía una coma muy gratificante en el, a veces, cargante oficio de escritor, y sobre todo le permitía adquirir, poco a poco, más fama entre los amantes de las letras. Y gracias a esto último Susan había acabado en aquel, según la vecina de pelo encrespado y camisa a cuadros hortera, piso con fantasmas. Porque gracias a su buen hacer y a su emergente fama el redactor jefe del periódico le había ofrecido un puesto fijo en la redacción, a media jornada, pero muy interesante. Requería de su presencia en la redacción casi a diario, le robaría buena parte del tiempo dedicado a la síntesis de sus libros, pero Susan estaba muy entusiasmada y emocionada con su nuevo papel en el mundo. Además, las afueras ya no le aportaban nada. Necesitaba un cambio, sentir el calor de la gente cerca de ella, aunque ese calor solo le llegase a través del ruido banal de los coches y las muchedumbres embutidas en los autobuses de línea. Le parecía bien de todas formas. Estaba cansada de la banda sonora de las afueras: pájaros, la bocina del camión del lechero y más pájaros.
Así que después de tres semanas buscando piso, después de tres semanas acudiendo a la redacción desde su antiguo hogar en las afueras, tras haber cogido dos trenes y un autobús, por fin encontró un piso en su querida ciudad, a tan solo un paseo de su nuevo trabajo. No estaba dispuesta a consentir que una vecina con ganas de asustar a los nuevos inquilinos arruinase sus esfuerzos.

Aún estaba todo por montar. El piso estaba amueblado, pero Susan tenía todas sus cosas en una gran montaña de cajas que había construido con sumo cuidado en el estudio. Solo llevaba tres semanas en la redacción, pero ya había hecho grandes amistades. Así que había decidido invitar a gran parte de ellos a tomar unas cervezas, a modo de pequeña inauguración de su nuevo hogar, y por que no, de su nuevo trabajo.
La noche trascurrió tranquila. Unas cervezas, unos pitillos, risas, pequeños tentempiés, largas e interesantes conversaciones, más cervezas, más risas…Era viernes por la noche, la cuidad, a los pies de Susan y sus compañeros, emanaba vida y luz, mucha luz. Así que todo era perfecto.

A la mañana siguiente se levantó con mucha vitalidad y energía, algo cansada debido a una pequeña resaca, pero dispuesta a poner toda la casa en orden, recoger los restos de la fiesta de la noche anterior y sobre todo la montaña de cajas del estudio. Envolvió su delicada piel blanquecina como la leche con una bata de seda dorada y se dispuso a salir del dormitorio para tomar el desayuno. Al abrir la puerta del dormitorio se llevó una grata sorpresa: todas las botellas de cerveza, paquetes de tabaco vacíos, platos con restos de comida y ceniceros repletos de colillas se habían esfumado. Todo estaba en perfecto orden. Una gran sonrisa le cruzó toda la cara, de oreja a oreja. Lo más seguro era que Shally y Thomas, los últimos invitados en marcharse y con los que más confianza tenía, habían decidido recogerlo todo. No le extrañaba, eran grandes personas, siempre dispuestas a todo.
Llegó a la cocina con paso vivo y alegre, con la sonrisa decreciendo pero aún presente. Recogió su pelo dorado en una cola alta y sacó la cafetera y el tostador de uno de los armarios superiores de la cocina. Pero antes de encenderlos decidió volver al dormitorio. Iba descalza y nunca enchufaba cosas descalzada desde que escuchó, en aquel programa de sucesos de las siete, que alguien murió electrocutado al enchufar la televisión descalzo. Así que regresó al dormitorio a por sus zapatillas moradas de piel de peluche.

Cuando abrió la puerta del dormitorio volvió a recibir una sorpresa, no tan grata como la anterior. De hecho, bastante desagradable a su parecer. La cama estaba perfectamente echa. Se acercó a la cama, incrédula, con la boca abierta y los ojos entrecerrados como el que intenta divisar algo en la lejanía. Tocó la colcha con la palma abierta. La cama estaba perfectamente hecha: la sabana debajo de la colcha perfectamente doblada, la almohada cubierta por la colcha y tres bonitos cojines color melocotón repartidos a lo largo de toda esta.
Aquello era muy extraño, y por un breve instante de tiempo, creyó a la vecina, aquella que le aconsejó no alquilar aquel piso, que si lo hacía se metería en problemas. Sintió una pequeña angustia, un pequeño mosquito que se agarró a su nuez y le hizo saborear un intenso y desagradable sabor. Pero se repitió a si misma que ella no creía en fantasmas. Debía haberse emborrachado más de la cuenta la noche anterior, y tener una resaca tremenda, tanto que acababa de hacer la cama y no lo recordaba.

Hizo un café y se lo tomó en un intento de despejar su mente y recuperar el aliento y la cordura. Se sentó en el bonito sofá azul marino del salón, adjunto a un gran ventanal que mostraba una amplia imagen de toda la ciudad, hoy turbada por las nubes grises y opacas que reinaban en el cielo, pero bonita al fin y al cabo. Llevaba un libro en la mano, “Los atardeceres de Laura”. Trataba sobre una chica lesbiana que se enamoraba perdidamente de un chico gay. Un amor imposible por el que sufría demasiado, tanto que ella esta al borde del suicidio.
Pero no podía concentrarse, no podía seguir la lectura, las líneas se turbaban, se retorcían y dejaban un gran hueco en la página, hueco por el que aparecía el rostro de la vecina, con aquellas palabras desconcertantes. Cerró el libro y lo apartó a un lado del sofá. Se levantó para coger el mando del televisor, que estaba en una pequeña mesa de cristal frente al sofá, y volvió a su sitio privilegiado en lo alto de la ciudad nublada pero hermosa.
Realmente no había nada que mereciese la pena en la televisión, pero Susan ni siquiera se percataba de ello. Ya podrían estar emitiendo un concierto de los Rolling Stones, o un documental sobre leones marinos, ambas grandes pasiones suyas. No hubiese importado, hubiese seguido sin percatarse. Porque simplemente se dedicaba a golpear el botón verde con la flechita que indicaba pasa al siguiente canal, sin ninguna coherencia, con sus ojos fijados en la pantalla de plasma, pero su pensamiento perdido en un bosque verde oscuro.
De repente el mando dejó de funcionar, ya no había canal siguiente, aquel programa basura sobre la vida de los famosos tres canales más allá no volvería a aparecer. A menos que cambiase las pilas del mando, pensó Susan un minuto después, cuando por fin se dio cuenta de que por mucho que pulsaba aquel botón, tanto y con tanta saña que le sudaba el dedo pulgar, el canal no avanzaba.

Se levantó y se dirigió a la cocina. Creía haber dejado un paquete de pilas para su cámara de fotos digital en uno de los cajones pequeños que se encontraban junto al fregadero. Efectivamente, las pilas eran las reinas del cajón. Eso le hizo recordar que debía de ponerse manos a la obra, con la inmensidad de cajas llenas de trastos de la mudanza, alojadas en el estudio. Y eso le hizo aumentar el dolor de cabeza.

Volvió al salón con paso cansado, casi arrastrando los pies, y dejó caer su trasero en el sofá con tanta violencia que el respaldo emitió un pequeño crujido al verse forzado contra la pared. Abrió la tapa del mando y sacó las pilas. Pero algo la detuvo en seco. Miró a la televisión, no sin cierta incertidumbre, y descubrió que el programa basura profamosos volvía a estar puesto, cuando Susan tenía la absoluta certeza de que al ir a buscar las pilas se había quedado puesto el canal de la tele tienda. De pronto la pequeña incertidumbre se hizo grande, enorme, y un pequeño grito sordo que no llegó a salir por su boca retumbó en su estomago. Pero no solo por el hecho de que no estaba puesto el mismo canal que cuando ella se fue, sino también porque se dio cuenta de que el receptor de infrarrojos en la televisión, un pequeño circulito justo debajo de la imagen, estaba tapado con un trocito de cinta aislante verde, un verde tan vivo que contrastaba de manera exagerada con el negro satinado de la televisión de plasma. Recordaba haber dejado aquella cinta aislante en una repisa que había a unos centímetros por encima de la tele, de hecho la cinta seguía ahí, pero lo que no recordaba era haberse levantado a coger un trozo y ponerlo en el receptor de infrarrojos, sin ningún motivo, y todo mientras estaba sentada en el sofá, maltratando el mando a distancia. Y no lo recordaba porque volvía a tener una certeza, la de que había permanecido todo el tiempo sentada. Se levantó del sofá de forma lenta y cuidadosa, como el que espera un golpe por la espalda, y se acercó un poco al televisor. Se arrodilló y miró con suma curiosidad y estupefacción la cinta aislante, un simple trozo de cinta aislante. Aquello parecía irreal. Se incorporó histérica, enfurecida con ella misma por creer haber pasado una noche tranquila, con solo dos cervezas y una charla amena con los amigos, cuando todo parecía indicar que no solo había llenado el estomago de alcohol, sino que lo había desbordado. Pensó en ir al estudio para empezar a poner algo de orden, creyendo que eso disolvería los nubarrones que cruzaban por su cabeza.

Pero algo la detuvo cuando sus piernas estaban alcanzando la verticalidad. El canal volvió a cambiar. Sólo. La cinta aislante verde seguía pegada en el receptor, y aunque no lo hubiese estado, el mando estaba con las pilas quitadas, tiradas en el sofá, como comprobó al volver la cabeza levemente hacia atrás. Al recuperar su posición normal, descubrió que la tele estaba cambiando de canal sin parar, con más velocidad incluso de la que ella lo había estado haciendo mientras tenía la mente en el bosque verde oscuro. Volvió a mirar el trocito de cinta verde intenso y se dio cuenta de que un botón que había junto al receptor, bajo el cual habían unas letras pequeñas que rezaban “channel up”, se estaba iluminando una y otra vez. Confusa, nerviosa y enfurecida se dirigió hacia la tele y con más rabia que la que sentía cuando no encontraba ningún piso decente al que le llegasen sus ahorros, empezó a golpear el botón adjunto al que se iluminaba, el que rezaba “channel down”. Estuvo así unos segundos, sin obtener resultado, hasta que sintió un tremendo escalofrío, que le recorrió desde los pequeños y delicados pelillos de los dedos de los pies hasta la última punta de su cuero cabelludo.
De repente dejó de pulsar el botón y empezó a notar cómo el aire le faltaba. Abría la boca más de lo que ella misma creía poder abrirla, intentado coger una bocanada de aire, un pequeño trocito de aire, pero no lo conseguía. Cayó de rodillas en la moqueta y se echó la mano al estomago, al tiempo que el pequeño escalofrió parecía convertirse en un cuchillo de acero inoxidable japonés que le desgarraba hasta los riñones. Incapaz de resistir semejante dolor perdió el conocimiento y cayó de espaldas, golpeándose en la cabeza contra la pequeña mesa de cristal que acompañaba al sofá.


Cuando despertó era ya de noche, aunque bien era cierto que el sol se había negado a salir aquel día, sometido por la inquebrantable fuerza de las nubes grises opacas. Echó una mirada en derredor sin levantarse del suelo. Todo estaba en orden. Miró al televisor. Estaba apagado, sin cinta verde intensa. Pero el mando a distancia estaba en la mesa de cristal, en lugar de en el sofá, donde ella recordaba haberlo dejado.
Se incorporó, con gran dificultad, se llevó una mano a la cabeza, y descubrió un protuberante y considerable bulto junto a la coronilla. “Debo haberme desmayado” pensó. Alargó el brazo y cogió el mando. Abrió la tapa de las pilas y descubrió que estaban puestas las de color dorado con una línea plateada, las mismas que parecían haberse gastado hacía unas horas. Se quedó un momento pensativa, mirando al suelo. Cuando reaccionó apuntó con el mando hacia el televisor y pulsó el botón de “on”. La tele se iluminó al instante, y cambiaba de canal sin ninguna dificultad.

Se dirigió a la cocina, aún con el mando en la mano, y volvió a abrir el pequeño cajón de madera clara lacada. Las pilas que había cogido para cambiar las que pensaba se habían gastado estaban ahí. Pero a pesar de ello, o quizás debido a ello, Susan tuvo la sensación, más fuerte y real que nunca, de que algo no iba bien. Y es que, había algo extraño. El pequeño envoltorio de plástico fino y delicado que cubría las cuatro pilas formando con ellas un bloque había desaparecido. En su lugar, había un trozo de cinta aislante verde rodeándolas y manteniéndolas unidas. Acercó la mano a las pilas con miedo, como esperando un nuevo escalofrío, y las cogió. Estaban pegajosas, como si se hubiesen hecho varios intentos con la cinta verde hasta alcanzar al fin la longitud exacta que cubría a las cuatro pilas, a la mitad de estas, como un cinturón. Las apretó con todas sus fuerzas, cerrando la mano, y un pensamiento le vino a la cabeza. Un mensaje. Su propia voz golpeando con insistencia en su mente, rebotando en el interior de su cráneo: estas pilas son reales, y algo no anda bien hoy.

Miró el reloj que había colgado en la pared opuesta al fregadero. Eran las ocho y veinte minutos de la tarde. De repente tuvo la idea de llamar a su vecina e invitarla a cenar. No tenía intención de iniciar una sarta de preguntas sobre fantasmas, seguía sin creer en ellos, estaba casi segura; pero no quería estar sola. Sentía que algo extraño y negativo pasaría si se quedaba sola durante las próximas horas. No le echaba la culpa a ningún fantasma, se las echaba a ella misma. No quería estar sola., y su vecina era la única persona, aparte de ella misma, en la última planta del edificio, y al fin y al cabo, era con la única persona de todo el edificio con la que había tenido un pequeño acercamiento.

Se puso una fina chaqueta deportiva color gris que había colgada junto a la puerta principal y salió con paso decidido y eficaz hacia la puerta de su vecina, que se encontraba justo enfrente de la suya, tan cerca que ni siquiera cerró su puerta.
Llamó un par de veces seguidas. Parecía que no estaba, o quizás tenía cosas más interesantes que hacer, “tendrá asuntos más importantes que ir a cenar a la casa en la que piensa que hay fantasmas y sólo pasan desgracias”, pensó Susan, tras lo cual dio media vuelta y si dirigió de nuevo a su piso. “Me iré al restaurante de las esquina a cenar y luego daré un largo paseo.”
Cuando cruzaba el arco de su puerta la vecina abrió la suya. Iba vestida con una blusa azul claro y unos vaqueros desteñidos, horteras y pasados de moda. Su oscuro y alborotado pelo era todavía más rizado de lo que Susan recordaba.

¿Querías algo, chica? ¿Como era tu nombre?
Susan… Susan. Y tú eras…
Mary. Me llamo Mary
Encantada de conocerte – dejó escapar una leve sonrisa y cruzó los brazos como notando frió, como abrazándose a si misma, con un gesto que la hizo parecer más débil y delicada de lo que siempre había indicado su fino pelo dorado como los maizales cercanos a su antigua casa.
¿Algún problema, Susan? Te veo mala cara. Preocupada. Creo que te advertí, y lo hice de buena fe, porque creo que eres una buena chica con algo de sensatez, de que en ese piso…
Sólo quería invitarte a cenar – la interrumpió bruscamente, dejando escapar las palabras con una velocidad que casi las hizo incomprensibles – Sólo quería invitarte a cenar. Nuestra primera conversación no fue muy agradable, al menos a mi parecer, a si que he pensado que podría preparar algo para las dos, relajarnos y conversar de nuestras vidas – añadió de forma más pausada.
¿Sabes qué? Me caes bien. Pero no tanto como para que yo entre en ese piso.
Vamos, ¿cuál es el problema? Esta todo en orden, no hay nada raro, nada sobrenatural – Susan dejo escapar de nuevo una pequeña sonrisa al tiempo que dejaba de abrazarse, una sonrisa que esta vez denotaba que estaba mintiendo, que sus palabras ni siquiera ella misma las creía.
No te preocupes, te invitare yo a cenar a mi piso. Así no habrá problemas y nos conoceremos igualmente, ¿no crees?
De acuerdo, como quieras.
Vamos, pasa – Mary la invitó a pasar al interior con un movimiento simultaneo de cabeza y mano.

Susan cerró la puerta del piso ínter dimensional de un portazo y siguió los pasos de Mary hacia el interior del de esta.

Me encanta ese cuadro – dijo Susan nada más entrar, con la puerta abierta tras de sí.
Lo compré en un rastrillo. Tirado de precio.

El piso de Mary parecía más grande que el de Susan. Nada más entrar había un gran salón, con tres enormes sofás color granate y las paredes color salmón, abarrotadas de cuadros, entre los cuales se encontraba el predilecto de Susan. Torcieron a mano derecha, donde se encontraba la cocina.

¿Que quieres que prepare para cenar?
Me da lo mismo, Mary. Podría comerme un ciervo entero – volvió a soltar aquella misteriosa sonrisita, la que hacia que ni ella misma creyese lo que decía, porque lo cierto era que tenía el estomago más cerrado que una caja fuerte alemana.
Yo había pensado prepararme unos espaguetis con tomate, ¿te gustan?
Si, me parece bien. Me gustan. Oye, ¿Dónde tienes el aseo? Necesito ir urgentemente.
Al fondo de salón, la puerta de la izquierda. La de la derecha es donde guardo los cadáveres – su voz sonó ronca y misteriosa, lo que hizo que Susan empezase a tornarse blanca tan rápido como un rayo cae del cielo y parte un árbol en dos mitades. No estaba para sustos – Vamos mujer, solo era una broma. Solo quería romper un poco el hielo. Te veo preocupada, y en esta casa no hay espacio para las preocupaciones. Mis cuadros se pondrían tristes – se dio media vuelta y sacó un enorme paquete de espaguetis de un pequeño cajón abarrotado de otros cuantos enormes paquetes de espaguetis. Parecía ser la comida favorita de la anfitriona.

Susan giró sobre sí misma sin decir nada, con el rostro aún un poco pálido, pero con gesto aliviado. No se explicaba como podía haber creído, aunque solo fuese por un pequeño espacio de tiempo, las palabras de Mary. “La de la derecha es donde guardo los cadáveres”. “Es ridículo” pensó Susan. Y tras volver a leer en su mente las palabras, pensó que cierto halo de locura rodeaba a Mary, tras pensar también en aquello de “en este piso habitan fantasmas”. Nada de eso, los fantasmas no existían, pero si era cierto que Mary estaba algo loca, quizás por la soledad o el aburrimiento. Susan estaba segura de ello.

A la vuelta del aseo los espaguetis estaban prácticamente preparados.

Vaya, ¿Dónde compras esa pasta? Apenas han pasado tres minutos y esto ya parece estar hecho, huele a deliciosa pasta italiana – Susan volvió a soltar una sonrisa, pero esta vez fue una sonrisa de conciliación, intentando olvidar el halo de locura para darle una nueva oportunidad a la anfitriona.
Pues en el supermercado de la calle Riverside. De hecho son los más baratos. Y de hecho han pasado veinte minutos. ¿Qué hacías tanto tiempo en el aseo? ¿No estarías robándome algo, verdad? Te advierto que no tengo nada de valor, absolutamente nada.

Susan se quedó pensativa, ¿era otra de sus bromas para romper el hielo? Fuese lo que fuera, aquello no le hizo gracia.

Yo pondré la mesa – dijo Susan de forma brusca.
Que menos, querida. ¡Que menos! – Mary soltó una pequeña carcajada.

La cena transcurrió de forma tranquila. Nada de bromas que hiciesen poner pálida a Susan o largas escapadas al aseo que mosqueasen a Mary.

Dime, ¿en que trabajas? – preguntó Mary tras haber devorado por completo el plato en menos de cinco minutos.
Soy escritora. Estoy escribiendo mi sexta novela. Trata sobre la vida solitaria de una mujer, que decide rehacer su vida tras largos años de aguantar palizas de su marido. También trabajo para un periódico, el Morning View. Llevaba 2 años como colaboradora y me han dado un puesto fijo hace tres semanas – fue la frase que Susan pronunció con más entusiasmo en todo el día.
Escritora, ya. Yo no trabajo. Tuve graves problemas de salud que me imposibilitaron ir a trabajar durante bastante tiempo, así que pedí la jubilación anticipada.
¿Jubilación? Pareces joven. ¿Y en que trabajabas?
Para la administración pública, ya sabes. Y no hace falta que intentes halagarme, al menos no por el lado de la edad. Se la edad que tengo, ¿sabes? Y el tiempo no pasa en balde para nadie. Así que simplemente dime que los espaguetis están deliciosos – Mary mostró una agradable sonrisa y se limpió con una servilleta de papel las grandes manchas de tomate de la comisura de sus labios.

Susan le devolvió la sonrisa, y por un momento parecieron estar unidas, como un par de amigas, fundidas en una sola persona. De hecho, cuando pasaron los minutos y la confianza, pequeña pero creciente, se iba afincando, Mary le preguntó a Susan cuantas veces hacia el amor a la semana y le dijo que su trabajo era una estupidez, una pérdida de tiempo. “Escritora, ¿A dónde quieres llegar con eso? Todos los escritores acaban por volverse locos’’. Susan le siguió la corriente, pero aquello fue un golpe muy bajo para ella que deshizo en gran parte la unión.

Bueno, espero que esto haya servido para conocernos mejor. Me gustaría invitarte a un café o charlar un rato en el salón, pero es mi hora de las pastillas, y me dejan tan atontada que si no me acuesto en los próximos tres minutos me quedaré dormida de pie – Mary se levantó y cogió un bote de pastillas que había en un armario sobre el fregadero.

Susan volvió a notar ese halo de locura en las palabras de su vecina, sin saber exactamente porqué. Pero lo cierto era, que con pastillas o sin ellas, era hora de marcharse. Era suficiente por hoy.

Te comprendo. No te preocupes, yo también estoy algo cansada. Ha sido un placer poder conocerte un poco mejor. Hasta la próxima, Mary.

Susan se levantó y salió de la cocina, sin siquiera recoger su plato. No es que fuese una persona maleducada, todo lo contrario, pero andaba con la mente en otro lugar. A Mary tampoco pareció importarle mucho. Ella también parecía estar en otro lugar, ya que ni siquiera respondió al mensaje de despedida de Susan.

Abrió la puerta de su casa con cierta inseguridad. Por un momento, un breve momento, volvió a tener la necesidad de abrazarse a si misma. Tenía frió. Entró en el piso, cerró la puerta tras de sí y se dirigió al sofá. Todo parecía estar en orden. Se sentó con suavidad y echó una lánguida mirada por el precioso ventanal. La ciudad estaba iluminada al completo. Miró un pequeño reloj que había en la repisa de encima del televisor y vio que no era demasiado tarde, así que decidió salir a dar un paseo y contemplar aquellas luces nocturnas de forma más cercana, con la intención de fundirse con ellas y ser un artífice más de la noche.
Cuando se puso de pie, descubrió que la cinta aislante verde ya no estaba sobre la repisa. Otro motivo más para salir a dar un paseo, incluso más fuerte que el de fundirse con las luces nocturnas.

La ciudad era preciosa. Muchas de sus calles aún estaban echas de piedra. El asfalto no era bienvenido aquí, y Susan lo agradecía. Porque aquellas calles tenían el encanto de una vieja ciudad europea, donde se respira el pasado. Los edificios también conservaban ese toque clásico, ese matiz que los hace distintos, ese matiz que a pesar de la decadencia de algunos, los transformaba en bellos colosos que parecían cobrar vida por momentos. La zona de la ciudad de Susan era de las más antiguas. Los edificios estaban prácticamente vacíos, con las ventanas de madera polvorientas y los balcones repletos de plantas muertas después de varios años sin recibir una gota de agua salvo la que caía del cielo. Pero todo poseía aquel matiz. Y puede que los edificios estuviesen prácticamente vacíos, pero las calles estaban repletas de gente. Era ya de noche, si bien las calles estaban pobladas, como en una noche de verano en una playa de México. Susan se preguntaba de donde podía salir tanta gente. Aquello le gustaba, le encantaba. Le encantaba mirar a su alrededor y ver gente, puntos insignificantes en el universo, pero con enormes e interesantes historias a sus espaldas que contar.

Cuando llegó a la calle de Riverside, la del supermercado, la que daba a un enorme río, decidió que era hora de regresar a casa y descansar un poco. Había sido un día difícil, extraño como pocos en su vida, y eso lo notaba. Tenía uno de los mayores cansancios mentales de toda su existencia, más incluso que cuando anduvo inmersa en su segunda novela, aquella que por más que lo intentase, se resistía a ser conclusa de forma coherente y salvaguardando lo que había querido trasmitir desde el principio.

Abrió el portón metálico con energía y tomó el ascensor que había al final del largo pasillo. Era un ascensor muy antiguo, que incluso solía fallar. Pero la comunidad se negaba a poner uno de esos nuevos cacharros tecnológicos con hilo musical y botones retro iluminados. Antes morir dentro del ascensor tras precipitarse este violentamente hacia el primer piso que instalar una de esas blasfemias tecnológicas.

El hueco del ascensor estaba a unos cinco metros de las dos únicas puertas de la última planta. Susan salió de él buscando en su bolso una nota que había escrito hacía unos días mientras viajaba en el autobús, una clave para descifrar un gran conflicto de su nueva novela. Llegó hasta la puerta de su casa a pasos ciegos, con la vista fijada en el bolso, removiendo con la mano derecha una y otra vez todas las pertenencias que llevaba en él, de un lado para otro, como el que prepara con ahínco una sopa de pescado. No la encontraba, y eso la hizo ponerse de muy mal humor.
Mal humor que se apagó de repente, con un cubo de agua fría, casi congelada, cuando se percató de que en el suelo del pasillo había una gran mancha de sangre que comunicaba su puerta con la de la vecina. Susan se echó las manos a la cabeza y en su estomago volvió a tener lugar aquel grito sordo, más angustioso que nunca, acompañado de un mosquito más grande que nunca dejando un sabor más desagradable que nunca. Porque aquello ya no podía tratarse de sugestiones o creencias en fantasmas. Aquello era real, era sangre, como ella misma comprobó al agacharse, tocar el suelo con la palma de la mano y manchársela. Estuvo de pie, congelada, varios minutos. Cuando por fin reaccionó abrió la puerta casi a empujones, intentando alcanzar lo antes posible el teléfono para llamar a la policía. Pero cuando pensaba que ya nada podía ir peor aquel martes 13 de Noviembre volvió a llevarse una desagradable sorpresa.

Al abrir la puerta creyó morir durante unos segundos. Todo estaba tirado por el suelo. Sillas, mesas, el televisor, las cajas del estudio, las velas decorativas de la repisa del comedor, la cafetera, los cojines del sofá, todo. Los armarios de la cocina abiertos y la mesita de cristal rota en mil pedazos. Una estampida de rinocerontes parecía haber pasado por allí mientras ella disfrutaba de unos espaguetis con tomate y el aroma nocturno de la ciudad.
Pero lo peor no fue aquello. Aquello tenía arreglo. Lo que parecía no tener arreglo era la enorme mancha de sangre que conectaba la puerta de su vecina a sus espaldas con la puerta que había justo enfrente tras cruzar el comedor, la de su dormitorio. Fue siguiendo la mancha, a pasos cortos y lentos, débiles y tímidos, con la boca abierta y una mano en el pecho, por si su corazón decidía abrir un hueco entre las costillas y escapar corriendo. Cuando por fin llego a la puerta del dormitorio, la abrió apenas cinco centímetros, con sumo cuidado, como si esta fuera de papel y fuese a romperse. Intentó descubrir algo por aquellos escasos cinco centímetros, y logró ver su armario, abierto y sin ropa. Tras unos segundos de titubeos logró dar un empujón a la puerta. Retrocedió unos centímetros, en un acto reflejo de precaución, y cuando la puerta se hubo abierto por completo descubrió que las cosas siempre pueden ir peor.
Las sábanas de la cama estaban tiradas en el suelo, junto a toda la ropa que había en el armario. Y en la cama, en la fina funda verde pistacho que cubría el colchón, había una inmensa mancha de sangre. De hecho todo estaba manchado de sangre: la ropa del suelo, el propio suelo, las paredes, todo. Logró distinguir en la pared de enfrente, justo encima de la cama, unas manchas de lo que parecían ser unos dedos, unos dedos que se arrastraban desde mitad de pared hasta el colchón.

Susan sudaba más de lo que lo había hecho en toda su vida. Sentía como todos sus órganos se encogían hasta ser del tamaño de un garbanzo, un puñado de garbanzos atrapados en una olla a presión. Sentía cómo se quedaba sin corazón y sin pulmones, porque le era casi imposible respirar con todo aquello ante sus ojos. De repente, por un momento, le pareció que la idea de llamar a la policía no era tan buena.
Dio media vuelta y fue siguiendo el rastro de sangre hasta que llegó a la puerta de Mary. Pulsó una vez el timbre, un único y tímido toque de timbre.
Los segundos pasaban y la puerta no se abría. Susan se temía lo peor. Miró a sus pies y descubrió cómo la mancha de sangre se introducía de forma firme e ininterrumpida bajo la puerta de su vecina.
El silencio era sepulcral en todo el pasillo. Susan pensó en volver a pulsar el timbre, otro tímido toque con su dedo rezumante de sudor, y fue en este momento, justo antes de volver a pulsar por segunda vez, cuando la puerta se abrió y apareció Mary. Su blusa azul claro y sus vaqueros horteras estaban ahora empapados de sangre, su pelo estaba más revuelto que de costumbre y éste había adquirido cierto matiz grisáceo, como si una pequeña lluvia de cenizas hubiese caído sobre ella. Ante aquella imagen cualquiera hubiera jurado que Mary se había disfrazado para asistir a una fiesta de Halloween.

Mary…¿¡Que demonios ha pasado aquí!? – dijo Susan, en un tono furioso pero no demasiado elevado.

Mary se quedó unos instantes callada, haciendo honor al silencio sepulcral que inundaba toda la séptima planta. Su mirada era inquietante, clavada ésta en los ojos de Susan, sosteniendo ambas una tensión indescriptible. Si en ese momento alguien hubiera puesto un vaso del mejor vidrio entre la mirada de ambas, sin duda se hubiese roto en mil pedazos. Susan apartó la mirada, incapaz de soportar tal presión, y la desvió hacia el interior de la casa de Mary. Logró ver como el rastro de sangre cruzaba todo el salón y se introducía en la puerta del fondo, la de la derecha, la de “donde guardo los cadáveres”, recordó Susan, y se puso mucho más pálida que cuando escuchó aquellas palabras, tanto que daba la impresión de no llegarle ni una gota de sangre a la cabeza.

Lo he matado – le respondió Mary por fin, al ver que Susan había dejado de mirarla y había descubierto lo que parecía ser un oscuro secreto.
A... ¿a quién has matado Mary? – su voz sonó tan débil que la frase casi se quiebra en mil trocitos antes de llegar a los oídos de Mary.
A él. Lo he matado a él.
¿¡Quién demonios es él!? – replicó Susan, con un chillido agudo.
Él. Él iba a matarte. así que te he salvado la vida. Hoy ha estado jugando contigo, pero iba a matarte antes de lo que suele hacerlo. Iba a hacerlo esta noche mientras dormías, estoy segura. Y todo porque no le caías bien. Aunque en el fondo el a ti tampoco te caía bien.

Susan no podía creer lo que estaba escuchando. Mary tenía la mirada totalmente perdida, tanto que daba la impresión de haberse quedado invidente de repente, como si sus ojos se hubieran desconectado de su cerebro.

Estás jodídamente loca – escupió Susan sin previo aviso, y su voz sonó más convincente y fuerte que en todo el día.
Así me lo agradeces. Bueno, no te culpo. Imagino que todo esto es un poco chocante para ti.
¿Un poco chocante? ¡No tienes idea de cuanto! – Susan se abalanzó furiosa sobre Mary, hasta estar a escasos diez centímetros de su nariz.
Límpialo todo y descansa. Ya me lo agradecerás mañana, o la semana que viene. Puedo esperar. Yo me encargo del pasillo. Pero no se te ocurra llamar a la policía. No cometas esa estupidez.

Mary cerró de un portazo y el silencio volvió a imperar. “Rematadamente loca” pensó Susan.

Si crees que no voy a llamar a la policía es que no me conoces bien. Hace falta algo más que unos espaguetis con tomate para que yo encubra un crimen – dijo Susan a la puerta de su vecina, en un tono suave, sin importarle realmente si Mary la escuchaba o no.

Entró en su piso y se dirigió hacia el teléfono, en una mesita pequeña de madera junto al sofá, dejando la puerta abierta tras de sí. Se sentó y contempló una vez más el rastro de sangre que pasaba a su izquierda. Recorría todo el salón, cruzando el pasillo, y continuaba bajo la puerta de Mary. Cogió el teléfono con firmeza y marcó el número de la policía.

Creo que mi vecina ha matado a alguien. Todo esta manchado de sangre.

Susan se quedo allí, impasible, con la mirada fija en el pasillo manchado de sangre y la puerta de Mary. Los minutos pasaban y su mente se congelaba más a cada instante, hasta llegar al punto de ser incapaz de hilvanar cualquier mínimo pensamiento. Ella solo quería un piso decente que estuviese a su alcance económicamente, con dos habitaciones, para transformar una de ellas en su rincón de escritura. No quería este tipo de cosas, no estaba preparada para ello.
De repente oyó como el ascensor paraba acompañado de su característico ruido metálico. Oyó pasos de varios pies, que se hacían cada vez más fuertes conforme se acercaban al reguero de sangre. A los pocos segundos aparecieron ante su puerta dos hombres, uno alto con pantalones negros y chaqueta marrón oscuro, y otro algo más bajo, con la piel morena, vestido de uniforme. Susan se quedó observándolos sin levantarse del sofá.

Señorita… dijo el más alto de los dos sin acabar la frase.
Susan. Susan Koeman – respondió Susan al tiempo que se levantaba del sofá, apoyando las manos en este para ayudarse, como si su cuerpo fuese cuatro veces más pesado de lo habitual.
Inspector Frederick. Y aquí el oficial González. ¿Qué es lo que ha pasado exactamente?

Susan comenzó a caminar a través del salón, mirando al suelo, bordeando con habilidad la mancha de sangre para no pisarla, hasta que llegó a la puerta.

Hace cosa de una hora y media salir a dar un paseo. Cuando me fui todo estaba en orden. Y al volver, tras media hora o cuarenta minutos, me encontré con esto – Susan hizo una pausa para tragar saliva, pero sobre todo para tranquilizarse, ya que sus palabras comenzaban a sonar temblorosas – Todo estaba patas arriba, como podéis comprobar. Al ver que la mancha de sangre conectaba también con la puerta de la vecina la llamé asustada. Tardó unos minutos en abrirme, y cuando lo hizo y le pregunté que es lo que había pasado, me respondió que lo había matado. Que lo había matado. A él – logró continuar Susan, con más eficacia.
¿A quién había matado? – pregunto González.
No tengo ni idea – sus palabras volvieron a sonar temblorosas, tanto que estallaron en un sollozo.
Tranquilícese señorita, nosotros estamos aquí para resolverlo todo. Tranquilícese, necesitaré que me responda a unas preguntas – dijo Frederick en tono protector, al tiempo que apretaba una y otra vez el timbre de Mary ¡Policía! ¡Abra la puerta señora, o la tiraremos abajo! – gritó al ver que no obtenía respuesta desde el otro lado de la puerta.
¿Sabes si ha salido? – preguntó González a Susan.
No, no ha salido. Estoy segura. He estado todo el tiempo con mi puerta abierta, sentada en el sofá, con la mirada fijada en la suya – respondió Susan haciendo indicaciones con el dedo pulgar.
González, ayúdeme – replicó Frederick en tono agrio y severo.

González se puso frente a la puerta de Mary, retrocedió un metro, tomó impulso y asestó una tremenda patada a la puerta que no solo la abrió de golpe, si no que casi la parte en dos pedazos.

¡Policía! ¡Salga de donde este! – volvió a gritar Frederick mientras cruzaba el umbral de la puerta y se introducía en el interior del piso, con González tras sus pasos.

Susan se acercó un poco, echó un rápido vistazo y vio como la mancha de sangre seguía en su lugar, impoluta, cruzando todo el salón y llegando a la puerta de la derecha, que seguía cerrada.
Frederick y González recorrieron todo el piso, pero no había rastro de Mary. Susan pudo ver como González habría la puerta a la que llevaba la mancha de sangre. Era una habitación pequeña, y vacía. Estaba completamente vacía. Ni un mueble, ni un cuadro, nada. Sólo una gran mancha de sangre en el centro y, apoyada en una esquina oculta en la oscuridad, una fregona. Volvió la mirada hacia otro lado, y, extrañada, vio cómo Frederick abría todos los cajones y puertas de armario que veía a su alrededor. También descubrió unas pequeñas gotas de sangre que parecían salir del aseo y llegaban hasta la habitación vacía. González también parecía haberse percatado de aquello, ya que se dirigía hacia el aseo, mirando al suelo.

Aquí no hay nadie. Ni nada. Solo he encontrado esto – González se paró junto a la puerta del aseo y señaló al suelo. Junto al inodoro había una botella vacía de un fuerte desinfectante.
¿Esta usted segura de que su vecina no ha salido después de hablar con usted? Es imposible que haya escapado por la ventana, no hay repisas ni cañerías – observó Frederick al tiempo que se dirigía hacia la puerta de entrada, hacia Susan.
Totalmente segura. No he dejado de mirar esta puerta ni un segundo, y estoy totalmente segura de que no se ha abierto – Susan se mordió levemente el labio inferior y se llevó una mano a la cara, nerviosa.
¿Cómo se explica que no haya ninguna pertenencia en todo el piso? – preguntó González enarcando las cejas y poniendo especial énfasis en la palabra todo.
No lo sé. Quizás solo estuviese de paso, pero es muy extraño – contestó mientras continuaba andando.

Frederick llegó a donde se encontraba Susan. En su cara se dibujaba un gesto de preocupación, de incertidumbre. Mientras, sus ojos no dejaban de moverse, de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha, intentando descubrir que es lo que se le estaba escapando. De repente, se quedó con la mirada fija en la puerta, en la placa metálica que había bajo el ojo de buey, esa típica placa con el nombre del propietario del inmueble.

Mary Campbell – dijo Frederick, con la mirada aún clavada en la placa – No es posible – desvió la mirada de la placa y se quedó unos instantes mirando al suelo, pensativo.
¿Qué ocurre, inspector? – pregunto Susan, nerviosa.
He de hacer una llamada – respondió Frederick en tono serio pero suave.

Susan vio como Frederick salía del piso, pasaba delante de ella y se dirigía hacia el final del pasillo, en dirección al hueco del ascensor, con el teléfono móvil en la mano. Cuando llegó al final del pasillo, donde la luz de las lámparas del techo apenas alcanzaba y se dibujaban sombras en los rincones, se colocó el móvil en la oreja y comenzó a hablar, en un tono tan bajo que a Susan le era imposible distinguir una palabra.
González dejó de abrir cajones al ver que su compañero ya no estaba con él y caminó hacia Susan.

¿Qué ocurre señorita? – preguntó González.
Está llamando – respondió Susan, señalando con el dedo a Frederick, y fue en este instante cuando éste se llevó el teléfono de la oreja al bolsillo de su chaqueta marrón y deshizo sus pasos hacia el piso de Mary, hasta llegar junto a Susan y González.
¿Algún problema Fred? ¿Llamabas a comisaría? – preguntó su compañero.
No, todavía no. Llamaba a mi madre. ¿Recuerdas que mientras subíamos por el ascensor te he dicho que este edificio me era muy familiar? Pues bien, ya se porqué – torno su mirada hacia Susan, y la expresión de su cara se volvió seria y amarga – Mary Campbell, una gran amiga de mi madre. Amigas del alma. Recuerdo haber cenado aquí una vez, hace unos quince años, con mi madre y con Mary. Como olvidarme de ella. Mi madre estuvo sumida en una tremenda depresión, cuando Mary tuvo aquel accidente de coche y murió.
¿¡Cómo!? – Susan volvió a estallar en sollozos ¡No es posible! ¡He cenado con ella esta noche! ¿¡Me oye!? ¡He cenado con ella esta noche! – gritó mientras agitaba los brazos en el aire, como intentando ahuyentar a una jauría de avispas africanas.

González la sujetó del brazo, evitando que cayese en redondo al suelo. Toda su fuerza se estaba escapando por la boca y los ojos. Esos ojos verdes que por un momento parecían tornarse grises.

Mary Campbell murió en un accidente de coche. Hace diez años. Yo mismo estuve en su entierro – sentenció Frederick levantando la voz, intentando sonar por encima de los sollozos de Susan.

Susan intentó soltarse de González, el cual la tenía sujeta con fuerza. Los sollozos de repente se congelaron, sus lágrimas se congelaron, sus ojos se cerraron lentamente y su boca se abrió más de lo que ya estaba mientras todo su cuerpo quedaba atrapado en el tiempo durante un instante, como la melodía melancólica del mar, que se diluye y muere después de juguetear con nuestro oído, pero parece querer quedarse para toda la eternidad. Cayó de rodillas al suelo, a pesar de que González la sujetaba con fuerza. Abrió de nuevo los ojos, cubiertos estos por un telo de densas lágrimas, y clavó su mirada en los oscuros y grandes ojos de Frederick, al tiempo que intentaba digerir tal cuantía de sombrías palabras.

Me temo que va ha tener que explicarnos muchas cosas, señorita Susan.

El fantasma de la escalera



Desde hacia muchísimo tiempo, sabía con seguridad, que entre los antiguos y descuidados muebles de mi casa y la melancolía reinante de cada habitación, una solitaria y torturada alma vagaba en busca de un consuelo. Sin encontrarlo, pasados numerosos años, su dolor se acrecentó hasta limites insospechados, haciendome notar con mayor intensidad su presencia. Muchas noches he pasado con la inquietud en mi sangre tras haber sentido alguna manifestación suya, de la índole que fuese y haberme hecho estremecer mientras que todos los habitantes cercanos a mi casa descansaban. Sin embargo, nunca tuve valentía para preguntar o gritar al fantasma, por miedo a estar loco o por propia vergüenza ajena, pero, si, lo sabía.

El lugar para mis adentros más odiado de la casa era la escalera principal, situado en el ala norte de esta, justo enfrente de las puertas delanteras, que conducían a todas las habitaciones de la casa, directa o indirectamente. Cada vez que me acercaba a ella, un sentimiento de desolación y tristeza asolaba mi frágil alma, obligándome a alejarme lo más rápido de ella y convirtiendo un simple camino a las plantas superiores en una ola de nerviosismo. Fue muy duro convivir con el fantasma y más con mi alma acongojada de su presencia, por lo que, desesperado, intenté encontrar alguna solución racional.

Pensé que cambiando algún objeto de lugar el problema desaparecería, pero me equivoqué, el sentimiento de soledad y tristeza siguió persistiendo. Una noche, decidí cambiar algún objeto cercano a la escalera o que tuviese que ver con el recibidor. De hecho, no lo cambié por otro, si no que lo aparté a la habitación más recóndita de la casa y a la que menos accedía. Esa misma noche volví a escuchar los habituales ruidos con los que solía dormir, por lo que supe con seguridad que el procedimiento no había dado resultado. Tras vanos intentos con sillas, jarrones, esculturas y cuadros, di por terminado el trabajo y me puse a trazar algún plan para dar caza al fantasma.

Lo primero que se me vino a la cabeza fue la idea de dormir frente a la escalera para poder sentir mejor al fantasma, pero tenía realmente miedo, no estaba habituado a tratar con estos seres extraños y temía por mi vida. Pese al miedo, esa misma noche me dispuse a desplazar uno de los sofás del salón justo enfrente de la escalera, ya que la cama pesaba realmente mucho, y a colocar en uno de los muebles de trofeos unas cuantas velas para no quedar en completa oscuridad durante la noche.

Hacia las once de la noche, cuando por entonces ya había oscurecido debido al invierno, los ruidos comenzaron. Yo ya me encontraba tumbado, con la inmensa escalera como guardián y cinco velas iluminando parte de esta. El resto de la escalera no era visible, pero los ruidos si eran audibles, de hecho, perfectamente y provenientes de la parte alta de la escalera. No sabía de que se podía tratar.Quizás sea un ratón o el crujir de la antigua madera Pensé para tranquilizarme, pero los ruidos no cesaban ni un momento. Mis sospechas se vieron fundadas tras permanecer un largo rato escuchando. Era la madera la que crujia, de hecho, el continuo ruido me llevó consigo a la profunda inmensidad del sueño, encontrandome a la mañana siguiente perfectamente descansado pero sin un dato fiable al que aferrarme en la busqueda de un nuevo plan para dar caza al fantasma.

Tardé largos ratos pensando, entre el café de primera hora de la mañana y el precioso espectáculo que formaba el atardecer en el horizonte, para tramar mi nuevo plan. Esta vez debía ser lo más cauteloso posible ya que tendría que ocultarme de su "vista" para no alertarle. Mi plan consistía en, básicamente, intentar captarlo con mi linerna. Durante la noche rondaría aldedor de la escalera y el recibidor con sumo cuidado y con la linterna apagada hasta notar su presencia, cuando entonces, yo encendería la linerna rápidamente y lo captaría averiguando quien es y librandome de la duda que tenía desde hace años.¡Si! ¡Era buen plan!

Aquella noche, con el estómago lleno de cafés para matar el insomnio, me aventuré cercano a la escalera con la linterna apagada. También cuidé de no dar pasos que pudieran ser audibles fácilmente por el fantasma. Cruzé, delante de la escalera, el recibidor y entré por un largo pasillo situado a la derecha del recibidor. Aquello más que una escalera parecía una tenebrosa cueva. Lentamente, empecé a andar por el pasillo mientras mi corazón palpitaba más intensamente que nunca y comencé a divisar algo que se movía al fondo de este. No sabía lo que era y ese sentimiento de miedo se vió reforzado por las numerosas estatuas medievales y barrocas que colgaban de las paredes donde un fino hilo de luz iluminaba sus demoníacas caras y me atormentaban persiguiendome hasta el interior de mi subconsciente. Yo, mientras tanto, seguía dando lentos y forzados pasos dejando tras mía la escalera y adentrándome en el pasillo. Aquella cosa seguía moviéndose y no se cansaba nunca, describiendo una parábola en el aire; pero ya la veía. Era una especie de sustancia poco densa y de color blanquecino, que flotaba en el aire que con mis restados pasos se fue diluyendo hasta desaparecer completamente. Ahora solo quedaba la oscuridad de la noche acompañada por aquellos filos hilos de luz, que habían cambiado de intensidad, pero que seguían iluminando las caras de las estatuas y dándoles esa faz demoníaca. Sin saber porque, un arrebato de miedo surgió en mi alma haciendome encender la linterna y salir corriendo de ese pasillo. Llegué a mi habitación y me lancé a la cama para descansar de la experiencia.

Al día siguiente ya me encontraba mucho mejor pero seguía pensando en lo pasado la noche anterior y mi corazón se seguía sobrecogiendo al recordar las caras de las estatuas. Sus rasgos faciales eran acentuados, tenían la barbilla puntiaguda y los ojos en un tono agonizante, cuyas pupilas parecían las de un loco en éxtasis.

No me atreví a intentarlo esa misma noche, si no que decidí esperar a la noche siguiente para aventurarme en la escalera. Mi impaciencia porque llegase la noche siguiente contrastaba profundamente con el terror que días antes carcomía mi espíritu. Tenía una gran curiosidad pero una ráfaga de intuición me indicaba que en estos fenómenos había algo que yo ya conocía pero no recordaba. En este instante me vinieron a la mente, por segunda vez, imágenes de las terroríficas caras de las estatuas, haciendome creer que eran las propias estatuas las que se introducían en mi subconsciente para aterrarme, o quizas, fuesen ellas mismas las que provocaban los ruidos en mitad de la noche y hacían levitar algunos objetos. Seguramente querrían aterrorizarme para quedarse ellas solas con la casa. ¡Querrían ocupar cada una de las habitaciones con sus diabólicas presencias y aterrorizandome pretendían cumplir con su cometido! Fuera como fuese, no podía permitirlo y esa misma noche desplacé uno de los sillones al recibidor; sin preocupaciones llevé, de nuevo, unas velas y me senté en dirección a la escalera con la mirada desafiante.

Pasaron las horas y me quedé dormido. Los largos ratos de silencio me sumieron en lo inevitable y más esperado, el sueño. De pronto, algo extraño me despertó en mitad de la noche. Era un ruido seco, pero lo suficientemente fuerte como para hacer que me despertara. Mientras me ponía en pié, con la mirada fija en un punto de la escalera, un vapor blanquecino que parecía proceder de todas las estancias circundantes, formó en uno de los rellanos un montoncito, que a medida que pasaban los segundos iba vislumbrando lo que parecía ser la cara de una persona. Era muy bella, pero aún le quedaban los ojos y la boca. Cuando estos se formaron, el terrormás absoluto invadió mi alma. Di dos pasos atrás, rápidamente, y tropecé con el sillón cayendo de espaldas. Esa cara, esa cara...¡Era la de mi difunta esposa! ¿Qué hace aquí mi esposa? ¿¡Qué podría querer de mí!?

Sin que pasasen más de dos segundos, tirado todavía en el suelo, rompí a llorar y recordé por primera vez desde aquel día lo que había sucedido entre nosotros. Le confesé entre lágrimas lo que hice y le dí explicaciones más que suficientes para que me perdonase, pero yo sabía bien que lo que hice era imperdonable.

Mi esposa solía cada noche, debido a su sonambulismo, dar paseos por casa , y especialmente, por la escalera porque según ella estaba maldita y necesitaba ser bendecida. Pese a sus advertencias, no me la tomé en serio y seguí viviendo tranquilamente sin prestarle atención. Su grado de obsesión llegó a límites insospechados y la llevé a un psiquiatra, pero no consiguió curarla y su problema nocturno se convirtió en, también, diurno. Una noche llegué a casa completamente borracho y la ví ahí , dando vueltas por la escalera en plena apoteosis sonanbulista, cuando en un arrebato de ira y sin pensarlo dos veces... La maté.